Más que una metodología: el Aprendizaje Basado en Proyectos como un camino para construir una sociedad profundamente conectada (2)

En el primer artículo de esta serie decía que el ABP es la puesta en práctica de una forma de entender la vida, las personas, las relaciones, el trabajo, el aprendizaje, las organizaciones, el mundo como un todo complejo, rico e interconectado, y más aún desde una visión transpersonal de la existencia.

En ese artículo me centraba en el cambio interno, individual, por el que pasamos cuando nos sumergimos en el ABP. En este segundo artículo me centraré en los recursos en el sistema tradicional, y los dos artículos siguientes estarán dedicados a los recursos en un entorno ABP, al cambio grupal y al cambio organizacional.

Los recursos en el sistema tradicional
El sistema educativo tradicional trata a las personas como mercancía, pues basa una buena parte de las decisiones que lo estructuran en cuantificaciones. El diseño tradicional se basa, entre otras cosas, en una obsesión por la medición, que se manifiesta en decisiones clave que influyen profundamente en la vivencia de los años de escolarización obligatoria. Estos son algunos ejemplos.




La división de las personas en grupos de edad, algo que sucede solo en la escuela. Todos llevamos dentro todas las etapas evolutivas de nuestra existencia. Los entornos intergeneracionales son los que verdaderamente nos ayudan a reconectar con nosotros mismos y con otras personas.





 
La formación de un número determinado de grupos de personas en función, sobre todo, de la forma en que se fragmentan el tiempo y el espacio. Esta es una de las formas en que se toman decisiones para adaptar a las personas a las necesidades del entorno material, en lugar de adaptar el entorno material a las necesidades de las personas.

 
La división del tiempo de estancia en los centros educativos en horas.
El tiempo es un constructo artificial, creado con y para nuestra mente, y la división del tiempo en horas es la manifestación extrema de la artificialidad de ese constructo. Cuanto más interiorizado lo tenemos, con más intensidad se manifiesta como una herramienta de anulación de la vivencia individual de lo que acontece dentro de nosotros y a nuestro alrededor.

 

La organización de las relaciones entre adultos, entre estudiantes, y entre adultos y estudiantes, en función de la cuantificación del tiempo. Nadie en un centro educativo tradicional dispone libremente del tiempo, que es un recurso monopolizado por quienes toman las decisiones desde fuera de ellos. Se establece un determinado número de horas para que cada grupo de estudiantes comparta con cada profesor. Y también para que cada grupo establecido de profesores (por ejemplo, de un mismo departamento, o de un mismo curso, o de un mismo ciclo) trabajen juntos. Esta organización de las relaciones, además, se basa en una concepción profundamente clasista, discriminatoria, de la sociedad, y la reproduce, puesto que la imposibilidad de disponer del propio tiempo disminuye a medida que subimos en la escala social de un centro: los estudiantes no tienen ningún margen de decisión sobre su tiempo; el profesorado de primaria tampoco; el profesorado de secundaria puede solicitar dónde poner algunos de los límites, de manera que sus horas de permanencia en el centro siempre serán menos que las de los estudiantes; los equipos directivos tienen sus horarios menos marcados, más allá de sus horas de clase. Y fuera de los centros, la división del tiempo de permanencia en el centro de trabajo en horas apenas existe.


 
La división del espacio en cajas. Un componente fundamental de la transformación escolar es precisamente el del diseño de los espacios interiores. En un sistema tradicional, el espacio total de un centro de divide en un determinado número de cajas que después se rellenan con grupos de personas. La asignación de cajas a los distintos grupos da pie, también, a prácticas profundamente clasistas y discriminatorias, que son un mensaje silencioso y estruendoso a la vez para quienes quieran captarlo. De nuevo, la masificación de los espacios disminuye a medida que subimos la escala social de un centro: en la base, aulas llenas de niños y adolescentes; en el nivel intermedio, salas de profesores con mesas grandes compartidas, y despachos para grupos pequeños de profesores; en la cúspide, equipos directivos que disponen de algún espacio común y espacios individuales o casi individuales.

La reducción de lo vivido en un centro a la emisión periódica de notas. Las calificaciones numéricas son un constructo tan artificial como el tiempo. Ambos constructos comparten el hecho de ser concebidos y utilizados como formas de medición de la vida, y en que, a partir de ellos, se crean conceptos, procesos, creencias, igualmente artificiales que tienen como único objetivo, en realidad, justificarse a sí mismos.

La división de la experiencia de apendizaje de los estudiantes en cursos, ciclos, niveles que, además, son vinculados administrativamente a edades biológicas, de manera que no ya el año, sino incluso el mes en que una persona haya nacido puede determinar para siempre algunos aspectos de su tránsito por el sistema.

Incluso en las primeras etapas del desarrollo emocional y cognitivo hay razones sólidas para decidir seguir un modelo "multinivel", que es todavía mucho más claro cuanto más ascendemos en la escala de cursos, niveles y edades. Facilitar la interacción, la convivencia, entre personas diversas en todos los sentidos contribuye a facilitar también que se reconozcan unas a otras
como pertenecientes a un todo común.

La división del profesorado en clases sociales internas del propio sistema, con el objetivo prioritario de crear confusión, autodiscriminación, conflicto latente, desmoralización y, en general, distracción de lo verdaderamente importante en favor de lo artificialmente urgente. Dos ejemplos clásicos de esta dualidad incrustada en las creencias profundas del sistema son los pares profesorado de primaria / profesorado de secundaria (o peor aún, maestros / profesores), y funcionarios / interinos.

El núcleo de las decisiones que se toman en los niveles de diseño y gestión del sistema educativo está vinculado a estos aspectos. El panorama es desolador. Muestra un sistema diseñado para no funcionar, para crear confusión, fracaso, desmoralización, para reproducir indefinidamente una estructura social dividida, discriminatoria, basada en el desprecio, el control, la desconexión, e incluso una parte de quienes se supone que representan una visión crítica organizada, como, por ejemplo, los sindicatos, lo asumen y contribuyen a su mantenimiento y pervivencia.

Y, al mismo tiempo, no hay maldad en ello. Nunca debemos renunciar a la crítica, y siempre debemos renunciar al odio en cualquiera de sus formas. Todos hacemos lo que podemos lo mejor que podemos en función de los recursos internos que tenemos. Y quiero enfatizar el concepto de recursos internos. Lo descrito más arriba, el sistema tradicional en su conjunto, es una inmensa estructura egoica basada en una concepción de la existencia que asume que estamos en este mundo y en esta vida durante un tiempo limitado para hacer, o conseguir, una serie de cosas que son propias de este mundo y esta vida, diferentes quizá para cada persona e incluso incompatibles entre sí, pero que no son necesariamente parte de nuestra esencia, de nuestro centro como seres, común a todas las personas, sin excepción. No es nada extraño que un sistema esté diseñado sobre la base de la desconexión de los otros cuando, individualmente, vivimos, predominantemente, desconectados de nosotros mismos. Esta vida, este mundo, son una oportunidad para aprender a recordar que somos un todo integrado, conectado, y una de las formas de hacerlo es construir estructuras que se basen en eso, que expresen eso, que lo hagan tangible y cotidiano, y contribuyan a expandir esa consciencia, hacia dentro de cada persona primero, y hacia el entorno de cada una de ellas después. El solo hecho de plantearse la posibilidad de hacer algo así ya contribuye a esa expansión de nuestra consciencia.

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